rock uruguayo
Los años ochenta empezaron con un NO a la dictadura y terminaron con un SI a la impunidad. De los militares, se pasó a los colorados y a los blancos en el gobierno, mientras la izquierda llegaba, por primera vez, a ganar en Montevideo. Fue una década de victorias y fracasos, en la que el país se dividió en dos bandos. Surgió una generación PAF (Pit, Asceep y Fucvam) que abría caminos sindicales, estudiantiles y cooperativos. Pero coleteaba aún, el secretismo, la represión, la razzia, el palo e incluso, la muerte.
También apareció una nueva musicalidad uruguaya. El rock ganó su espacio junto a otras rebeldías jóvenes. Y no era de tontos ser Traidores o el toque de Estómagos. Todo tuvo un código en el que aún se identifican los hoy viejos, jóvenes vivientes en aquellos años. Cuando se saludaba “¿Qué tal amigos?”, se leía entrelineas, no importaba el pelambre del otro codo en la marcha, el paísito no quería seguir llorando, los presos salían de Libertad y renacían liderazgos desde un megáfono, para que las cárceles se transformaran en shoppings.
El lugar era Sansueña, las piernas eran de Julita, las tertulias y la cultura tomaban café, lo popular actuaba en el Solís, el carnaval se hacía opera y las llamadas show, pero el cambalache seguía exhibiéndose en Tristán Narvaja. La crisis enseñaba a requechear, la locura desbordaba la Etchepare, los ceros se acumulaban a la derecha y el parlamento debía legislar su traición custodiado.
Una brecha abría la marcha, la religión mostraba sus grises y el Papa paseaba su sillón, aunque se hicieran ofrendas al mar, o la vida pudiera ser un tiro al blanco, a veces, con balas de verdad. Como en familia, se mencionaban por el nombre o apellidos que hacían de apodo. Y sabíamos de quien decíamos al nombrar Alfredo, Leo, Mario, Daniel, Eduardo, Jaime, Fato, Darno, Fernando, Mateo, Ruben, Martha, China, Taco, Germán, Tabaré, Elisa, María Esther o Matilde. Cuquí estaba llegando, Julio María ya había estado y Jorge, todavía no nos había mentido que éramos fantásticos… Allí estaba Marcelo para registrarlo.
Roger Rodríguez